lunes, 8 de febrero de 2010

Instrucciones para desahogarse

Accidente no pudo haber sido nuestro segundo nombre, pues la conocí siguiendo líneas punteadas que me llevaron a ella. Como reportera y domicilio conocido, fue el lugar al que me arrastré sin hacer muchas preguntas. Obvias como rincón donde escondes los dedos. Como deseos que formulas y que son inmediatamente cumplidos. Fantasías negociables. Arquitectura erógena. Extensa documentación de los cuerpos. Mapa de las estaciones amorosas. El Libro de los Amores Que No Son Fortuitos. Nada de retraso, juego, búsqueda de circunstancias y todos esos males que vienen con La Conquista.

Gratificación instantánea, como cuando le tiras una galleta a un perro que aún no ha hecho nada.

Terminé en ese antro en jueves por las didascalias que recogí en el camino a casa. Ni siquiera estaba vestida como debía, pero supongo era parte del plan. Cuando la vi, o más bien, cuando sus ojos de venado asustado me hicieron verla, hice lo que nunca: le guiñé el ojo izquierdo (siempre he creído que el derecho es mi mejor lado). Me acerqué. Le pedí un trago, en lugar de invitarle una bebida. Cedí a la plática de coqueteo, a pesar de retorcerme por dentro como clip doblado, adelantándome al dolor de perderla.

Me hice la difícil con sus preguntas, aunque deseaba que fuéramos igual de fáciles.

No era yo, pero funcionaba, como pasa con los buenos romances.

Eso sí, la besé en el momento más inapropiado de la noche. Cada elemento del lugar me decía que no: las bocinas soltaban una ranchera, alguien me había vaciado su cerveza encima y nos habíamos salido a empujones de la pista. Ella estaba completamente enfurecida, mostrándome sus dientes planos como repisa de trofeos.

Ahí decidí por única vez y la vida no se me cayó a pedazos. Como Lo Vi En Televisión, se erigió la estructural relación de su lengua con la mía.

En ese sentido, resulté más correcta que lo correcto.

En menos de una hora escapamos de la mano, seguras que algo había cambiado del futuro. Obedientes, seguimos las instrucciones para desahogarnos y más complementarias, más ideales nos hicimos. Los nudos se ataban rápido: en secreto, la sostenía entre mis brazos por años. Repasamos la lista de coincidencias en la plática de almohada, lo cerca que habíamos estado todo ese tiempo y cómo no nos habíamos topado.

Una desgracia, pensé, al tenerla hecha polvo en la mano.

Una gran desgracia la idea de ella dándome la espalda en la pista, la idea de no ficcionarla, de equivocarme en toda la extensión de mi pecho, de echarnos a perder tantito antes de cajetearla como todos.

1 comentario:

concomitante dijo...

estas palabras tuyas, en esta isla, caen muy bien.

recuerdo haber leído esa frase tuya de "dormir con ella con la ropa puesta", pero no sé de dónde.

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