jueves, 22 de abril de 2010
domingo, 11 de abril de 2010
Espera (Girondo style)
Nunca hubiera podido matar a alguien con dinamita o algún explosivo de mecha. No es que tenga problema con los cuerpos desmembrados ni las vísceras. Son esos pocos segundos entre que enciendes y la persona en cuestión explota los que me sacan de quicio. Eso de la espera nunca se me ha dado. Prefiero subir las escaleras –qué son 10 pisos cuando tienes prisa– a esperar a que el elevador se tome la molestia de bajar y llevarme a donde me compete.
No soy persona de fechas: me es más fácil suponer que todos los días son mi cumpleaños y que todos los días son Navidad. El resto del tiempo cuento las horas para que llegue la noche y también para que llegue el día. Cuando me toca un semáforo en rojo, recuerdo la inevitabilidad del verde y lo tomo por sentado al acelerar. Cuando tenemos sexo nunca lo espero y me derramo tan pronto como puedo.
Aunque estoy completamente equipada para ello, no podría tener un hijo que no se apresure a nacer al día siguiente de ser concebido.
Hay poco que no haya podido remediar, siendo yo la persona más práctica que conozco. La última ocasión que me viene a la mente fue cuando mi madre, a unas horas de morir, hizo el esfuerzo de hablarme. Me pidió que me acercara a la cama y me dijo que esperaba que pronto me hiciera buena muchacha. Ahí, mi madre acabó con su suspiro: no alcanzó el brillo de mis ojos antes de irse con la tranquilidad distintiva de quien ya no debe nada.
No soy persona de fechas: me es más fácil suponer que todos los días son mi cumpleaños y que todos los días son Navidad. El resto del tiempo cuento las horas para que llegue la noche y también para que llegue el día. Cuando me toca un semáforo en rojo, recuerdo la inevitabilidad del verde y lo tomo por sentado al acelerar. Cuando tenemos sexo nunca lo espero y me derramo tan pronto como puedo.
Aunque estoy completamente equipada para ello, no podría tener un hijo que no se apresure a nacer al día siguiente de ser concebido.
Hay poco que no haya podido remediar, siendo yo la persona más práctica que conozco. La última ocasión que me viene a la mente fue cuando mi madre, a unas horas de morir, hizo el esfuerzo de hablarme. Me pidió que me acercara a la cama y me dijo que esperaba que pronto me hiciera buena muchacha. Ahí, mi madre acabó con su suspiro: no alcanzó el brillo de mis ojos antes de irse con la tranquilidad distintiva de quien ya no debe nada.
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